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ISSN 1989-4163

NUMERO 79 - ENERO 2017

Croquetas

Jesús Zomeño

Holmes consideraba cuestionables los métodos de Watson, cuanto menos poco higiénicos. Sin embargo, el doctor argumentaba que en esos casos lo importante es la comodidad y que las croquetas de la señora Hudson eran ideales, por su cremosidad.

El sistema consistía en introducir media croqueta por el ano de la mujer y después la empujaba con el pene. Cuando el miembro se abría paso a través de la croqueta, sucedía que se untaba de bechamel para lubricarse y, por delante, el resto de la croqueta holgaba el orificio al encajarse dentro. Así, entrando primero la croqueta y después el pene, la satisfacción era completa para una penetración sin resistencia. Por si fuera poco, el rebozado del pan frito irritaba levemente el esfínter y eso lo animaba a no cerrarse, se movía, luchando entre la molestia y el picor, de modo que al final  el pene lo rascaba gustosamente al entrar y salir, aliviando y satisfaciendo a la mujer.

-Sigue sin gustarme, Watson –dijo Holmes, echándose una croqueta a la boca.

Esa croqueta enorme, cilíndrica y tostada que Holmes apoyó en los labios y que luego empujó despacio hacia dentro con el dedo, quedando ese dedo atrapado entre los labios, como si lo relamiera, mientras rebosaba ligeramente la bechamel por la comisura de la boca al chocar la croqueta con los dientes y reventar, esparciéndose; todo eso, decimos, excitó a Watson, haciéndole pensar en otra cosa.

Aplastada la croqueta contra el paladar y partida en dos por los dientes, desvió con la lengua una mitad a cada lado para masticarla de forma contundente, mientras se sacaba la punta del dedo de la boca. Una maniobra que apenas duró dos segundos desde que cogió la croqueta del plato, pero el mundo de Holmes era mucho más práctico que el de Watson, quien a duras penas contenía la erección.

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